Conocer la realidad de las personas mayores y formar a los profesionales que intervienen en su atención son dos de las claves que los expertos manifiestan como primordiales a la hora de hacer frente a una lacra que afecta a uno de cada seis sénior.
A pesar de que el 15 de junio es la fecha que se ha escogido como Día de Toma de Conciencia del Abuso y el Maltrato en la Vejez, desde esta cabecera –y así lo secundan también todas las voces del sector– apostamos por la necesidad de un compromiso conjunto, como sociedad, que ponga fin al maltrato que sufren los sénior.
Podríamos hacer referencia a tres pasos inquebrantables que, así coinciden los profesionales, contribuirían a erradicar estas situaciones de abuso: conocer la realidad de los sénior, concienciar a la ciudadanía y establecer herramientas y mecanismos para hacer frente a esta problemática.
Los expertos destacan que el punto de partida se tambalea debido a la ausencia o escasa existencia de estudios e investigaciones sobre esta realidad. “El maltrato a las personas mayores es un tema complejo, estigmatizado socialmente y, efectivamente, poco visibilizado, lo cual explica la falta de estudios y datos precisos sobre este grave problema. Pese a que en los últimos años ha aumentado la concienciación y el trabajo de muchas asociaciones e instituciones ha mejorado la conciencia social, existen factores que dificultan la identificación y denuncia de las situaciones de maltrato, lo que explica que los avances en su prevención no sean todo lo rápidos que sería deseable”, expone Pedro Regalado, especialista en Geriatría y director de Atención Intermedia en el Parc Sanitari Sant Joan de Déu.
Resulta innegable que la violencia ejercida hacia los sénior no tiene el mismo protagonismo como la ejercida sobre otros colectivos, como es el caso de las mujeres o de los niños. Este silencio que denuncian las entidades representativas de los mayores es el que provoca esa invisibilización del problema. Pero, efectivamente, no hablar de ello no hace que el problema desaparezca. “Aunque en los últimos años ha habido un cierto aumento de la visibilizarían social de los malos tratos a las personas mayores, aún existe una desproporción entre la magnitud del problema –teniendo en consideración el acelerado envejecimiento de la población en los últimos años– y la escasa repercusión social y conocimiento de la población sobre esta cuestión”, añade Regalado.
Por su parte, el director del Máster Interdisciplinar en Prevención y Tratamiento de la Violencia Familiar: Infancia, Pareja y Personas Mayores (Universitat de Barcelona), José Manuel Alonso, se refiere a diferentes motivos que hacen que la invisibilidad de los malos tratos a las personas mayores “todavía sea un reto mayor que hablar de los otros malos tratos”. Algunos de ellos son, según apunta, “las falsas creencias, pues lo que pasa en el núcleo familiar es un asunto privado, pensar que los malos tratos solo se dan en ambientes desestructurados, etcétera; el silencio de las víctimas: por miedo, vergüenza, culpa, proteger a quienes les causan maltrato, dependencia emocional y a veces física; y los profesionales no formados en detección, desresponsabilizarse ante una situación de sospecha de maltrato y creer que no es de la competencia o diluir la responsabilidad entre otros profesionales”.
Además, se trata de un problema multifactorial y que, por tanto, puede ser originado por distintos motivos. Hablando con Jesús Rivera, profesor de Sociología de la Universidad de Salamanca, explica a este periódico que “el maltrato a las personas mayores tiene dos vertientes: una vertiente obvia y, más o menos visible o al menos comprensible para los profesionales y la mayor parte de la ciudadanía, y otra vertiente que es desconocida para muchos profesionales y para la mayoría de la ciudadanía. La primera vertiente tiene que ver con lo que llamo casos extremos, es decir, con aquellos casos de violencia física y negligencia, estos casos son los que aparecen en la prensa escrita y redes sociales y en los que actúa el sistema policial y jurídico. La segunda vertiente tiene que ver con nuestra ideología subyacente que considera al grupo de las personas mayores en una escala inferior a otros colectivos de edad y, también, con una desinformación o falta de preparación para gestionar ciertas enfermedades, como el Alzheimer”.
Para ahondar en el trasfondo de esta segunda tipología, Rivera nos pone como ejemplo el caso de una señora que convivía con su madre con Alzheimer y que, en un periodo de sobrecarga, cuando su madre se negaba a ir al médico –tenían revisión y no sabía cómo convencerla–, se puso nerviosa y la terminó llevando al médico a la fuerza. ¿Es este un caso de maltrato? “Si revisamos la literatura científica sobre maltrato, la respuesta es obvia, hay maltrato –asegura Rivera–. Si analizamos con más detalle el caso, nos podemos dar cuenta que el maltrato se produce por una falta de herramientas para manejar este tipo de situaciones. Se puede gestionar estas circunstancias sin incurrir en el maltrato, pero hacen falta herramientas y saber utilizarlas. Por lo tanto, las señales del maltrato debemos buscarlas más en nosotros mismos que en las propias personas mayores, porque nosotros (y hablo de la ciudadanía en general, incluyendo a los profesionales de la salud) realizamos acciones de maltrato y no somos conscientes de ello”, concluye el profesor.
En clave positiva, entonces, preguntamos a la presidenta de HelpAge International España, Isabel Martínez Lozano, sobre los pilares en los que debe sustentarse en buen trato a los sénior. Lo tiene claro: la reciprocidad, es decir, “hay que huir de la infantilización y de la visión centrada en los déficits. Solo desde una consideración social basada en la igualdad se podrá garantizar un buen trato, un trato igualitario, de respeto y digno. De generación en generación, incluido nuestro legado cultural, lingüístico, etcétera. En definitiva, la perspectiva de derecho y buen trato son los ejes vertebradores para contar con las personas mayores y crear una sociedad inclusiva con todas las personas”, expresa Martínez Lozano.
EL PAPEL CRUCIAL DE LOS PROFESIONALES FORMADOS
Ya ha sido introducido el concepto de la formación como llave para poder atajar posibles casos de abuso pero, ¿cómo debe enfocarse?
La Universidad de Barcelona dispone de la única oferta de posgrado que forma y da la misma importancia a la violencia contra mayores, contra la pareja y contra la infancia y la adolescencia, tal y como expone el director del propio master. Su objetivo general, destaca Alonso, “es capacitar al alumno para poder detectar, evaluar y tratar las distintas modalidades de la violencia familiar, así como prevenirla”.
Pedro Regalado insiste en que “cualquier estrategia que se implemente ha de basarse en la información adecuada a la sociedad de manera que se ayude a visibilizar el problema, así como el aumento de los recursos disponibles para la asistencia a las personas mayores, que alivie el estrés y la sobrecarga de los cuidadores. También es importante establecer los mecanismos adecuados para detectar y actuar precozmente cualquier situación de maltrato. Además, es clave difundir su existencia y cómo han de activarse y utilizarse”.
En este punto de concienciación del problema, también es importante hacer referencia a la responsabilidad –sea entendido este concepto con la explicación que sigue– que pueden tener los propios sénior en los casos de abuso. Es decir , y así lo expresa el profesor de la Universidad de Salamanca, “la mejor manera de protegerse frente al maltrato es siendo consciente de sus derechos y no considerarse en ningún momento inferior por tener tal o cual edad. La persona mayor es un ciudadano más con los mismos derechos que el resto. Por lo tanto, las personas mayores no deben asumir nunca que son personas que ya no aportan gran cosa y que solo queda esperar el final, porque esa actitud deja la puerta abierta al maltrato de todo tipo, especialmente al maltrato emocional o psicológico. Deben luchar, en su día a día, para que se les considere como ciudadanos y se les respete, porque son ellas las que deben alzar la voz y señalar y afear aquellas conductas edadistas que, en muchas ocasiones, pasan totalmente por alto”. En otras palabras, los sénior deben estar alerta para no asumir como “normal” ningún tipo de abuso, ni consentirlo.